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Efectos del alcohol en hogar

El alcohol y el hogar

El beber moderadamente es la escuela en la cual los hombres se están educando para la carrera del bebedor (Review and Herald, 25-3-1884).

Nuestro Creador ha otorgado sus bendiciones al hombre con mano generosa. Si todos estos dones de la Providencia fuesen empleados con prudencia y temperancia, la pobreza, la enfermedad y la miseria quedarían desterradas de la tierra. Pero ¡ay! por todos lados vemos que las bendiciones de Dios son trocadas en maldición por la perversidad de los hombres.

No hay clase de personas culpables de mayor perversión y abuso de sus dones preciosos que la de los que dedican los productos del suelo a la fabricación de bebidas embriagantes. Los cereales nutritivos, las sanas y deliciosas frutas, son convertidos en brebajes que pervierten los sentidos y enloquecen al cerebro. Como resultado del consumo de estos venenos, miles de familias se ven privadas de las comodidades y aun de las cosas necesarias de la vida, se multiplican los actos de violencia y crimen, y la enfermedad y la muerte sumen a miríadas de víctimas en las tumbas de los borrachos (Obreros Evangélicos, págs. 399, 400).

Mirad el hogar del borracho. Notad la escuálida pobreza, la miseria, la inenarrable calamidad que está reinando allí. Mirad a la esposa que una vez fue feliz, huir delante de su maníaco consorte. Oíd sus ruegos mientras los crueles golpes caen sobre su cuerpo encogido. ¿Dónde están los votos sagrados hechos en el altar del matrimonio? ¿Dónde están ahora el amor y las caricias, y la fuerza para protegerla? ¡Ay, se han derretido como perlas preciosas en el aguardiente, la copa de las abominaciones! Mirad a esos niños semidesnudos. Alguna vez fueron acariciados tiernamente. No se permitía que los alcanzara la tempestad invernal, ni el gélido aliento del desprecio y el escarnio del mundo. El cuidado de un padre y el amor de una madre hacía de su hogar un paraíso. Ahora todo ha cambiado. Día tras día suben al cielo los gritos de agonía arrancados de los labios de la esposa y de los hijos del borracho (Review and Herald, 8-11-1881).

Mirad al borracho. Ved lo que ha hecho por él el licor. Sus ojos están nublados e inyectados de sangre. Su rostro está abotagado y embrutecido e hinchado. Su paso es vacilante. El sello de la obra de Satanás está impreso sobre él. La naturaleza misma se niega a reconocerlo porque ha pervertido las facultades que Dios le ha dado y prostituido su virilidad complaciéndose en la bebida (Review and Herald, 8-5-1894).

Así obra [Satanás] cuando tienta a los hombres a vender el alma por la bebida. Toma posesión de cuerpo, mente y alma, y ya no es el hombre, sino Satanás quien actúa. Y la crueldad de Satanás se expresa al alzar el borracho su mano para golpear sin misericordia a la mujer a la cual ha prometido amar y proteger por toda la vida. Los actos del ebrio son una expresión de la violencia de Satanás (Medical Ministry, pág. 114).

La complacencia en la bebida embriagante coloca al hombre enteramente bajo el dominio del demonio, quien inventó este estimulante con el objeto de mutilar y destruir la imagen moral de Dios (Manuscrito 1, 1899).

No es posible que el hombre intemperante posea un carácter calmo y bien equilibrado, y si maneja a los irracionales, los latigazos excesivos con que castiga a las criaturas de Dios revelan la condición alterada de sus órganos digestivos. En el círculo del hogar puede observarse el mismo espíritu (Carta 17, 1895).

Los ofuscados y embrutecidos desechos de la humanidad, almas por quienes Cristo murió y por las cuales lloran los ángeles, se ven en todas partes. Constituyen un baldón para nuestra orgullosa civilización. Son la vergüenza, la maldición y el peligro de todos los países (El Ministerio de Curación, pág. 254).

El borracho no tiene conocimiento de lo que está haciendo bajo la influencia de la bebida enloquecedora, sin embargo el que le vende aquello que hace de él un irresponsable está protegido por la ley en su obra de destrucción. Es legal para él robar a la viuda el alimento que necesita para seguir viviendo. Es legal para él perpetuar la destrucción de la familia de su víctima, enviar niños indefensos por las calles en busca de monedas o de un mendrugo. Estas escenas vergonzosas se repiten día tras día, mes tras mes, año tras año, hasta que la conciencia del vendedor de bebidas queda cauterizada como con un hierro al rojo. Las lágrimas de los niños sufrientes, el grito agonizante de la madre, sólo sirven para exasperar al vendedor de bebidas. . . .

El comerciante de bebidas no vacilará en cobrar las deudas del bebedor a su afligida familia, y quitará las cosas aun más necesarias del hogar para pagar la cuenta de bebidas del marido y padre fallecido. ¿Qué le importa si los niños del muerto se mueren de hambre? Los considera criaturas atrasadas e ignorantes, de las cuales se ha abusado, que han sido maltratadas y degradadas; y no tiene cuidado por su bienestar. Pero el Dios que gobierna en el cielo no ha perdido de vista la primera causa ni el último efecto de la indecible miseria y degradación que han sobrevenido al borracho y a su familia. El libro mayor del cielo contiene cada detalle de la historia (Review and Herald, 155-1894).

No piense el hombre que se complace en la bebida que podrá cubrir su degradación echando la culpa sobre el traficante de bebidas. El tendrá que responder por su pecado y por la degradación de su esposa e hijos. "Los que dejan a Jehová serán consumidos" (Review and Herald, 8-5-1894).

Día tras día, mes tras mes, año tras año, la perniciosa obra sigue adelante. Padres, maridos y hermanos, apoyo, esperanza y orgullo de la nación, entran constantemente en los antros del tabernero, para salir de ellos totalmente arruinados.

Pero lo más terrible es que el azote penetra hasta el corazón del hogar. Las mujeres mismas contraen más y más el hábito de la bebida. En muchas casas los niños, aun en su inocente y desamparada infancia, se encuentran en peligro diario por el descuido, el mal trato y la infamia de madres borrachas. Hijos e hijas se crían a la sombra de tan terrible mal. ¿Qué perspectiva les queda para el porvenir salvo hundirse aun más que sus padres? (El Ministerio de Curación, pág. 261).


Tomado del  libro  la  tenperancia  de  Ellen White
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