sec3 Realmente amor?
Sección 3—¿Es Realmente Amor?
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El [Satanás] está activamente ocupado en influir sobre aquellos que son totalmente incompatibles el uno con el otro para que unan sus intereses. Se regocija en esta obra, porque por ella puede producir más miseria y desdicha desesperada a la familia humana que por el ejercicio de su habilidad en cualquier otra dirección.
Muchos matrimonios son sólo fuente de miseria; sin embargo, las mentes de los jóvenes corren en esta dirección porque hacia ella los conduce Satanás, haciéndoles creer que deben casarse a fin de ser felices, cuando no tienen ni la habilidad de controlarse a sí mismos ni la de sostener una familia. Los que no están dispuestos a adaptarse a las actitudes del otro, como para evitar diferencias y disputas desagradables, no debieran dar ese paso.
La cuestión del matrimonio debiera ser un asunto de estudio más bien que de impulsos.
El amor verdadero es un principio santo y elevado, por completo diferente en su carácter del amor despertado por el impulso, que muere de repente cuando es severamente probado. [30]
El amor verdadero no es una pasión impetuosa, arrolladora y ardiente. Por el contrario, es sereno y profundo. Mira más allá de lo externo, y es atraído solamente por las cualidades. Es prudente y capaz de discernir claramente y su devoción es real y permanente.
El amor es un precioso don que recibimos de Jesús. El afecto puro y santo no es un sentimiento, sino un principio. Los que son movidos por el amor verdadero no carecen de juicio ni son ciegos.
La mansedumbre y la amabilidad, la tolerancia y la longanimidad, el no sentirse fácilmente provocado y el soportarlo, esperarlo y sufrirlo todo, esas cosas son los frutos que produce el precioso árbol del amor, de crecimiento celestial. Este árbol, si se lo nutre, se mantendrá siempre verde, sus ramas no se caerán, ni se marchitarán sus hojas. Es inmortal, eterno, y regado de continuo por los rocíos del cielo.
El amor es una planta de crecimiento celestial y debe ser nutrida y alimentada. Los corazones afectuosos, las palabras veraces y llenas de amor [31] producirán familias felices y originarán una influencia elevadora sobre todos los que entren en contacto con la esfera de su influencia.
Las mujeres desean a hombres de caracteres fuertes y nobles, a quienes puedan respetar y amar, y estas cualidades necesitan combinarse con ternura y afecto, paciencia y tolerancia. A su vez, la esposa debiera ser animosa, amable y devota, asimilando su gusto al de su marido en todo lo que resulte posible sin perder su individualidad. Ambos esposos debieran cultivar paciencia y bondad y ese amor tierno del uno por el otro que hará placentera y gozosa la vida matrimonial.
Los que tienen ideas tan elevadas de la vida matrimonial, cuya imaginación ha construido una imagen de castillos en el aire que no tiene nada que ver con las perplejidades y problemas de la vida, se encontrarán penosamente chasqueados ante la realidad. Cuando la vida real llega con sus problemas y preocupaciones, están totalmente desprevenidos para hacerles frente. Esperan perfección en el otro, pero encuentran debilidad y defectos, porque los hombres y las mujeres finitos no están libres de faltas. Entonces comienzan a encontrar faltas el uno en el otro y a expresar su frustración. En vez de hacer esto, debieran tratar de ayudarse el uno al otro, y debieran buscar piedad práctica que los ayude a librar valientemente la batalla de la vida.
El amor es poder. Este principio encierra fuerza intelectual y moral, que no se puede separar de él. El poder de la riqueza tiende a corromper y a [32] destruir. El poder de la fuerza es grande para hacer daño; pero la excelencia y el valor del amor puro consiste en su eficiencia para hacer bien, solamente el bien.
Cualquier cosa que se haga por puro amor, por pequeña o despreciable que sea a la vista de los hombres, es completamente fructífera, porque Dios considera más con cuánto amor se trabajó que la cantidad lograda.
El amor es de Dios. El corazón inconverso no puede dar origen ni producir esta planta cultivada por el cielo, porque ésta vive y florece solamente donde Cristo reina...
El amor no obra por ganancia o recompensa; sin embargo, Dios ha manifestado que toda labor de amor tendrá una ganancia como seguro resultado. Su naturaleza es difusiva, y obra en forma tranquila, sin embargo, es poderoso en su propósito de vencer grandes males. Su influencia enternece y transforma, y al apoderarse de la vida de los pecadores afecta su corazón aun cuando ningún otro medio haya tenido éxito. [33]
Dondequiera que se emplee el poder del intelecto, de la autoridad o de la fuerza, y no se manifieste la presencia del amor, los afectos y la voluntad de aquellos a quienes procuramos alcanzar, asumen una actitud defensiva y rebelde, y su resistencia se multiplica...
El amor puro es sencillo en sus manifestaciones, y distinto de cualquier otro principio de acción. El amor por la influencia y el deseo de que otros nos estimen, pueden producir una vida bien ordenada, y con frecuencia una conversación sin mancha. El respeto propio puede inducirnos a evitar la apariencia del mal. Un corazón egoísta puede ejecutar acciones generosas, reconocer la verdad presente y expresar humildad y afecto exteriormente, y sin embargo, los motivos pueden ser engañosos e impuros; las acciones que fluyen de un corazón tal pueden estar privadas del sabor de vida, de los frutos de la verdadera santidad, y de los principios del amor puro. Debe albergarse y cultivarse el amor, porque su influencia es divina.
Dos personas llegan a conocerse, se enamoran ciegamente y cada una absorbe la atención de la otra. Se oscurece la razón y se depone el criterio. No quieren someterse a ningún consejo ni gobierno sino que insisten en hacer su voluntad, indiferentes a las consecuencias.
La infatuación que los posee es como una epidemia o contagio que tiene que seguir su curso, y no parece haber forma de detener las cosas. Quizá haya entre los que los rodean quienes se den cuenta de que si los interesados se unen en matrimonio serán desgraciados toda la vida. Pero son vanos todos los ruegos y las exhortaciones. Quizás se aminore y destruya con tal unión la utilidad de uno a quien Dios bendeciría en su servicio, pero el razonamiento y la persuasión son igualmente desatendidos.
Ningún efecto tiene lo que puedan decir los hombres y mujeres de experiencia; es impotente para cambiar la decisión a la cual los han conducido sus deseos. Pierden el interés por la reunión de oración y por todo lo que pertenece a la religión. Están cegados mutuamente y se descuidan los deberes de la vida, como si fuesen asuntos de poca importancia...
El buen nombre del honor es sacrificado bajo el hechizo de esta ceguera, y no puede ser solemnizado el matrimonio de tales personas bajo la aprobación de Dios. Se han casado porque la pasión los impulsó, y cuando haya pasado la novedad del asunto, empezarán a darse cuenta de lo que han [34] hecho. A los seis meses de haber hecho el voto, sus sentimientos han experimentado un cambio. En la vida conyugal, cada uno ha llegado a conocer mejor el carácter del compañero escogido. Cada uno descubre imperfecciones que no se veían durante la ceguera y locura de sus relaciones anteriores. Las promesas hechas ante el altar ya no los ligan. Como consecuencia de los matrimonios precipitados, hay, aun entre el pueblo profeso de Dios, separaciones, divorcios y gran confusión en la iglesia...
Cuando es demasiado tarde descubren que han cometido un error, y que han puesto en peligro su felicidad en esta vida y la salvación de sus almas. No quisieron admitir que alguien, fuera de ellos, pudiese saber algo en cuanto al asunto, cuando si hubiesen aceptado los consejos, se habrían ahorrado años de ansiedad y penas. Pero son inútiles los consejos dados a aquellos que están resueltos a hacer su voluntad. A tales individuos, la pasión los hace pasar por encima de todas las barreras que puedan oponer la razón y el criterio.
Pese cada sentimiento, y observe todo desarrollo del carácter en la persona con la cual piensa ligar el destino de su vida. El paso que usted está [35] por dar es uno de los más importantes de su vida, y no debiera ser tomado con precipitación. Si bien usted puede amar, no ame ciegamente.
Hermano, espero que tengas suficiente respeto por ti mismo para evitar esta forma de noviazgo. Si sólo tienes en vista la gloria de Dios, procederás con deliberada prudencia. No permitirás que un sentimentalismo amoroso ciegue de tal modo tu visión que no puedas discernir los derechos que Dios tiene sobre ti como cristiano.
En esta carta se plantean varios interrogantes muy serios. Parece que ambos eran demasiado jóvenes e inmaduros como para pensar en el matrimonio. La carta sugiere algunas evidencias de esa inmadurez. Se observa un problema de superficialidad de parte de la niña. También se considera la cuestión de si lo que sienten es amor real o infatuación. Elena G. de White insta a este joven a ser previsor más bien que pensar solamente en el momento presente. [36]
Salem, Oregon
Junio 8, 1880
Muy estimado Juan:
Me siento apenada de que te hayas enredado en un flirteo con Isabel. En primer lugar, tu ansiedad sobre este asunto es prematura.
Te hablo como alguien que tiene experiencia. Espera hasta que tengas algún conocimiento exacto de ti mismo y del mundo, y de las reacciones y carácter de las jóvenes, antes de permitir que el tema del matrimonio se posesione de tus pensamientos.
Isabel nunca te elevará. Ella no tiene en sí las facultades ocultas que, desarrolladas, la harían una mujer de juicio y habilidad para estar a tu lado, a fin de ayudarte en las batallas de la vida. Ella carece de fuerza de voluntad No tiene profundidad de pensamiento ni amplitud de mente que podrían ser una ayuda para ti. Tú contemplas la superficie y eso es todo lo que hay. En poco tiempo, si te casaras, el encanto desaparecería. Habiendo cesado la novedad de la vida matrimonial, verías las cosas en su perspectiva real, y encontrarías que has cometido una triste equivocación.
El amor es un sentimiento tan sagrado que muy pocos saben lo que realmente es. Es un término que se utiliza, pero que no se comprende. El cálido resplandor del impulso, la fascinación que un joven siente por una señorita no es amor; no merece ese nombre. El amor verdadero tiene una base intelectual, un conocimiento profundo del objeto amado.
Recuerda que el amor impulsivo es totalmente ciego. Tan pronto se coloca sobre objetos indignos como dignos. Controla un amor tal para que permanezca calmo y sereno. Dale lugar al pensamiento genuino y profundo, a la reflexión ferviente. ¿Es este objeto de tu afecto, en la escala de inteligencia y excelencia moral, en conducta y maneras educadas, de tal naturaleza que sentirías orgullo en presentarla a la familia de tu padre, y reconocerla en toda sociedad como el objeto de tu elección?
Concédete suficiente tiempo para observarla en todo aspecto, y entonces no confíes en tu propio juicio, sino permite que tu madre que te ama, tu padre, y tus amigos íntimos, hagan los comentarios críticos de aquella a quien te sientes inclinado a preferir. No confíes en tu propio [37] juicio, y no te cases con alguien que sientes que no será una honra para tu padre y tu madre, sino con alguien que tiene inteligencia y dignidad moral.
La niña que entrega sus afectos a un hombre, y atrae su atención por medio de sus insinuaciones, exhibiéndose donde no pueda menos que ser tomada en cuenta por él, si no quiere parecer rudo, no es la niña con la cual querrá asociarse. Su conversación es ordinaria y frecuentemente superficial.
Sería mucho mejor no casarse nunca que casarse y ser desgraciado. Busca el consejo de Dios en todas estas cosas, y sé tan calmo, tan sujeto a la voluntad de Dios como para no dejarte afectar por una excitación febril y descalificarte para su servicio por tus lazos afectivos.
No tenemos sino un corto tiempo para atesorar buenas obras en el cielo; por lo tanto, no cometas un error en esto. Sirve a Dios con afecto indiviso. Sé celoso e íntegro. Que tu ejemplo sea de tal naturaleza que pueda ayudar a otros a decidirse por Jesús. Los jóvenes no se dan cuenta del poder de su influencia. Labora para este tiempo y para la eternidad.
Tu madre adoptiva,
Ellen G. White,
Carta 59, 1880 [38]